Poesía guatemalteca

LA POESIA Y EL POETA
Si transita la música en Su embrujo
dando ritmo a la vida y sus encantos
las cosas nos la encubren en sus mantos
tras su brillante máscara de lujo.

En la hondura del llanto y la alegría,
sin tocar espontánea los sentidos,
sus misterios en sombra desvaídos
furtiva late ahí la poesía.

La poesía es música escondida
que el poeta devela en cada verso
sacándola de su actitud dormida;

creando a la vida nuevos movimientos
porque su verbo agita el universo,
demiurgo de belleza y sentimiento.

UNA CAMPANA EN LA TARDE
Todo aquel barrio lejano,
se asoma de puntillas
en el mínimo discurso
de esa campana angelical
que llora hacia el pasado.

Se empina en la quimera vespertina
mi madre y su canción aérea
regando luz sobre las platabandas
de aquel jardín de eternas flores.

Y toco el bronce ya cansino
con un oído niño todavía.
El viento me recuerda
la hora de los muertos
cuando pasaban sus sombras peregrinas
doblando ausencias en los dobles vespertinos.

Y el céfiro que viene cantarino
saltando entre repiques y aleteos,
pone la hora de las misas,
del pan de Dios y de la risa.

Y crece la ternura ya olvidada
bajo el arco celeste, voluptuoso
que traza la campana
de uno a otro punto cardinal
en que la tarde se sostiene
para que triunfen en su curva
los pájaros cantores,
las campanas que vienen del pasado
y los ángeles tristes del mañana.

RECUPERAR EL CANTO
Marchamos insomnes,
Taciturnos, olvidados.
Siempre bajo el silencio temeroso,
como un túnel eterno sin salida.

Somos los hombres de hoy,
desconcertados, sombríos,
con susto de cristales rotos
ante el descalabro
de nuestros paradigmas:
se nos vinieron al suelo
-cuadros vetustos
en un terremoto-.

Apenas rezumamos
por la espalda,
el rumor de una canción ya muerta.
Y vamos con la música rota
sin bocas ni instrumentos,
por eso la resequedad
de este camino.

Precisamos recuperar el canto,
del ademán enternecido de la brisa,
de la caricia auditiva
y el abanicarse de emociones
en la luz y la sombra
de todos los deseos.

Hay que recuperar el canto
y dárselo a beber a los humanos.
Así, ineluctablemente,
volveremos a sentirnos dioses,
seres consubstanciales
de todo el universo.

LA ESPERANZA
El día está aquí,
conmigo,
como antes, como siempre.
Cansada la luz chorrea por los muros
y un hálito nuboso
grisáceo,
crece en la ruta del viento.

He de ganar el camino,
recuperar el pasado
de la vera del sendero.

En un contracanto desleído,
me crece la esperanza a media frente.
Quizás encontraré los nombres viejos,
sentados en los parques;
quizá llevando a cuestas
otro día,
me doy de frente
con todos los olvidos
recién resucitados.

Camino de retorno
a mis antiguas andaduras;
voy en busca de lugares,
personajes, situaciones,
ensueños, desvelos,
amarguras,
circunstancias…

Coloco la esperanza sobre el pecho
y digo sí
a los antojos nuevos
de retornar a mis terruños
repletos de sol
aún dormido.

Yo tocaré las voces,
los destellos.
Yo ganaré las sombras,
el grito oblicuo,
el recuerdo que espera.

Ingresaré en mi tierra
con el cansancio al hombro
y me abrazaré,
como quiere esta esperanza nueva,
a todo lo viejo que aún me reconoce
que anhela volver a brotar
entre mis manos.

PULSACIONES
En lo oculto
de todas las cosas,
los sucesos y la vida,
sólo ingresan los niños,
los poetas y los muertos.

Ese mundo hirviente y abisal
nos gana a diario
por la calle, en nuestra alcoba,
en un silencio largo de una esquina
o en el solemne insomnio de un plaza
anochecida.

Llegan desde ese hemisferio
puro, elemental y transparente,
las pulsaciones
de lo nuevo y de lo añejo.
Si podemos captar una sola pulsación,
hundirnos con ella suavemente
en ese lado oculto del entorno,
encontramos la magia
convertida en realidad ardiente
y podemos,
como los ángeles y los borrachos,
los locos y los niños,
aferrarnos al auténtico sentido universal
de la existencia.

ES LA HORA
No sólo es la hora
del chocolate y el ángelus dormido,
es además,
la hora quieta
del ademán sin dueño
y del soñar que busca un pecho,
un cerebro que le den abrigo.

Es la hora de la abuela fallecida
del terremoto que,
una tarde como esta,
sacudió feroz a la ciudad tranquila.

Y por eso, como ves,
en aquel reloj se congeló ese tiempo
y ahora es la hora
de todos los recuerdos
en este corredor
que lleva hacia el vacío
o al otro extremo,
hacia la vida.

UN ARROYUELO
Pensé en aquella tarde azul
que la ternura bajaba al mundó,
como si acabase de salir
de un sueño,
que lo dejara cantar
por un centavo.

Y me cantó,
y el arroyuelo se hizo,
y navegamos en él…

ESTÁS ALLÁ
Adormecido, tu nombre,
pertenece a los silencios.
Nadie lo toca,
ni lo araña el viento.
Junto a mis oraciones sin Dios,
se vuelca tu aroma renacida
como si no hubieras partido,
como si no te hubiera ganado
la ciudad en su tumulto opaco
y estuvieras allí,
sobre el deseo y la nostalgia,
siempre presente
en tu vértice de sombras
y tactos frutecidos.

ES LA HORA DEL CANTO
Y todos a cantar,
ahora.
Cantar al ritmo del reloj
o de los pasos,
o simplemente
al ritmo de los pulsos
o del corazón caliente.
El canto sube
¿lo oyes?
¿lo miras?
Algo ocurre en el cosmos.
Es la hora del canto.

Cantan los ángeles
rascándose el ombligo;
canta la calle
en coro relativo,
sus contrapuntos en bajos
de motores musicales,
se entrecruzan
se persiguen.

Canta en el muro viejo,
con un diminuto canto
en calderones gregorianos,
una lagartija antigua,
asomada en su escondrijo,
como curita en su altar,
tal vez diciendo misa a las mariposas
o al ciprés.

Todo canta,
es la hora de cantar.
Sigamos cantando
hasta que la realidad
en su ademán demencial
apague el sueño
y yo deje de creer
que la humanidad es libre
feliz y justa.
Pero ahora,
es la hora de cantar.

UN PAñUELO
Sin llanto no es pañuelo,
tampoco sin suspiros,
sin sombras atrapadas
en sus arrugas
o sin un beso
escondido,
limpiado a hurtadillas
y doblado en seis
con el pañuelo entero.

Los catarros,
los estornudos,
los esputos
y los mocos,
esos se guardan en papel higiénico
o se tiran en el tacho.

Un pañuelo porta dolores,
secretos y sudores.

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