Carlos Illescas Hacia una pura vigilancia describe la mano en su blancura el paso líquido a nivel de la pequeña creación del vaso ya temblor transparente tras música iniciada en una herida y terminada en llamas de vivísimas cortezas de la dignísima Señora, quien desclava una, dos, mil veces al pequeño Cristo inmerso en la crucifixión de un día tan largo como sombra cuyas olas cubren la presencia de saber repetirse en lágrimas que ruedan vida abajo en el hospital en donde usted señora María Eugenia Ortega es vino de infinitas cepas colmando la copa permanente con persistencias ebrias en su quietud de ser hoy mañana siempre triunfó más la luz en su regazo iniciado en la razón del ángel* * Con traslado a la señora Hortencia Lobato y a la señorita Claudia Herrera *** ¡El sol, que con sus rayos quema! El gritón con singulares plumas vocifera poseído por el Deus. Nadie imagina la cadencia de la copa de agua, vértigos al árbol, un círculo infinito -canción de cuna de la recta- y a ti, tras la marea roja del gallo acuchillado por el gallo en el palenque. ¡El sol…! Repite en el estrado el amo y señor de loterías. Alto sol que te acompaña tomado de tu brazo por las calles de la feria. *** En los hospitales gira un planeta en perpetua rotación sobre sí mismo en torno al eje de la cama donde yace el enfermo que conoces reconoces desconoces. Su forma de sirena en trance de nacer sobre los muros solamente a los actores más sensibles revela cómo lactan las muertes del sí y el no prendidos a sus tetas *** A José Díaz, corrección de estilo de lo humano Un hombre limpia los cristales. El vacío a sus pies bosteza. Atento a su trabajo: agua, jabón, esponja, no mira a los enfermos; sin embargo piensa en su tele descompuesta, –en una de sus treinta novias y en la mosca atrapada tras la invidencia acuosa del cristal inmune al aire. Ha terminado la tarea, sus pies en tierra firme avanzan a cualquier Turquía. Altas las pupilas, ebrio de Franz Kafka, prosigue con el alma limpiando otras ventanas menos terrenales. |
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