Mario Payeras ZONA REINA No recordamos ya cómo éramos al principio porque con cada día parte un cadáver nuestro a pudrirse en el tiempo. Nuestros mejores esbozos de humanidad futura resultaron apenas artificios de pólvora que ardieron bajo la lluvia de la primera noche, porque aquí la realidad todavía está en guerra con los pájaros e ignora por lo tanto la cristalización de la decrepitud y los tardíos laberintos en que suele extraviarse su mudanza. Y agreguemos: nunca como estas mañanas estuvimos tan exentos de los envejecimientos del espíritu ni nuestros pensamientos se parecieron tanto a nuestros actos. SIERRA DE CHAMA Hemos llegado a un mundo olvidado por los aviones y los pájaros. Durante varios meses nuestra pequeña tropa arrastró por la selva su aparatosa impedimenta: tres mástiles de navío, trapecios de volatín y una carpa en harapos, dos elefantes viejos, una ballena con la cola maltratada por la ingratitud de la materia y demás artefactos que generan júbilo. Quienes sobrevivimos al último diluvio hemos aprendido a orientarnos por los recuerdos, porque del sol hace ya muchos meses que no se tiene noticia, y para ver a Orión describiendo en el cielo sus piruetas de aeroplano melancólico es necesario esperar la vejez del verano. Sin embargo, nunca un puñado de bolcheviques con lombrices había estado tan cerca de tumbar la ley endurecida que gobierna la hechura de toda mercancía. Dos cosas más aprendimos en la lluvia: cualquier sed tiene derecho cuando menos a una naranja grande y toda tristeza a una mañana de circo, para que la vida sea, alguna vez, como una flor o una canción. DE LA VIDA ENVIDIABLE DE FELICIANO ARGUETA Ya ves que aquella despedida de México, provisional como todos los plazos del corazón, no pudo sobrevivir a su propia promesa. Y hoy que es marzo, compañero, y que ya no te encuentras bajo este viejo cielo donde los pájaros son desmemoriados, me llena la certeza de que mientras no nos vimos averiguaste más sobre la semejanza que en los días de la escuela llegamos a vislumbrar entre la realidad y las marquetas tempranas que dejaba en las esquinas el carruaje del hielo. Así supe que en los años de la guerra te asediaron a menudo las papalotas de la infancia; que a tí también te desvelaron las estrellas en las noches de la sierra (esa desordenada fiesta de bengalas de difícil sentido), y que entre tantos paisajes como viste había dos o tres que para tí llegarían a ser insustituibles. Supe que después de todo te sorprendió que el amor fuera eso tan disperso, que puede a veces consistir en el rito desolado de recoger para alguien que ni siquiera conocemos las caracolas de Guanabo, en las interferencias de una marimba lejana en la noche de Bruselas o en la muchacha de la blusa azul que un domingo de Berlín nos reveló con sus modales los infinitos riesgos del olvido. Hoy sé que así tratabas de explicarme que el mundo es demasiado grande para nuestra nostalgia. Y esa desamparada aventura terrestre íbamos a contárnosla aunque fuera después de aquellos largos almanaques de ausencia, como tú mismo decías. Yo te esperé muchas veces en un café de Praga desde el que pueden seguirse las costumbres de las gaviotas de noviembre, mientras tú quizás andabas, en horarios distintos, por el remoto cielo de Valparaíso, pensando que en efecto la realidad es translúcida pero que es atravesable en un solo sentido porque no tiene caminos de regreso. Y qué bueno hubiera sido encontrarnos algún día para entregarnos cuentas de lo andado, para mirarnos a los ojos por lo menos una vez más en la vida, y arrancarnos (¿quién sabe?) los flores que entretanto nos hubieran crecido para el otro en el propio corazón. Pero tú sabías que no vale la pena tratar de ser felices a la vieja manera. Por eso es explicable que en tu cartera se encontraran simples objetos de hombre que no le teme al olvido (y desde aquella hora la muerte no es para mí esa patria feroz que nos aflige tanto con su ternura solitaria), y que un 14 de abril te olvidaras de las citas y de las fechas humanas y te marcharas conforme hacia el largo domingo sin barriletes ni pájaros, la región que en los mapas más antiguos que existen solía representarse con una ballena triste. CHILABASUN Hay un lugar nublado en las montañas del norte al que los hombres llaman Chilabasún. Es una zona frecuentada por pájaros migratorios, y quienes siempre tienen hambre han aprendido a cazarlos [en los atardeceres, atrayendo con fuego las bandadas hacia las barreras de carrizo donde se estrellan aturdidas, pues los pájaros siempre llegan del este y confunden con el sol la nube iluminada. Nosotros somos comunistas y se nos hace fácil el proyecto de repartir los bienes materiales, porque no tenemos nada; pero no repartirmos de la misma manera el amor nuevo de nuestro corazón, pues no somos todavía como esos inolvidables compañeros de la sierra que siempre han ignorado el sentido y la teoría de la propiedad terrestre. LA ESTRATEGIA Y LA FLOR DEL TAMBORILLO Quien piense dirigir una guerra en la selva, tiene que aprender de la flor del tamborillo. Ningún general asedia al adversario con tanta maestría, como esta flor amarilla. Todos los años toma febrero por asalto, instaura la floración total de la primavera y se retira sin ruido por las rutas de marzo. EL PENSAMIENTO ES UN PAJARO EXTRAñO El pensamiento es un pájaro extraño que se alimenta de sus propios yerros. Toda filosofía guarda algo de los sofismas frente a los cuales se erige como verdad. De residuos de teoría construimos el martillo para demoler lo viejo. Estos poemas fueron incluidos gracias a la colaboración del poeta Francisco Morales Santos |
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