Poesía guatemalteca

Luis Cardoza y Aragón

Como una flor de hielo sobre un piano,

Lázaro, en medio de la noche, ciego.


Cuando El Hombre de la túnica blanca

Sin piedad, sin piedad, dulce me manda

 Lázaro, levántate y anda</i>,

Su sentencia taló mi pensamiento

Y no pude siquiera balbucir.

Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?

Era un aborto, un vómito era.

Y arrasado me fui por mi destino

Mendigando una muerte de rocío.



Olivos dorándose en su aceite

Calor y olor de pan y de boñiga

Burbuja en la punta de una aguja

Es la tarde antorcha desangrándose

Detenida por los geranios rojos

El cántico de gallos y bramidos de toros

Hay una aura púrpura ternura

Bajo el alto azul acongojado

De mortaja y pañal

Y crepúsculo raudo que se asoma

Con rosados opacos pasos grises

Tartamudeando trémulo sus cosas

Ya la noche suscita estrellas tristes



Perplejos vieron todos que Lázaro atendía

El conjuro divino.



A Marta y a María colmenas de alegría

Sus más felices lágrimas vencían.



¿Renacer es más fuerte que la vida o la muerte?

Nadie conoce el dolor sobrehumano

De volver a la vida.



Saliste de una rala tierra inválida,

Como estéril semilla paulatina,

En ignorados brazos apoyado

Que otra lengua hablaban.



La luz te lastimaba, el universo,

Y con desolación de pez ahogándose

El aire masticaste.



En tu barba de heno y desconcierto

Fulgió un lucero pútrido enredado,

Un lucero de fango y de resentimiento.



Tu cuerpo amojamado,

Bostezo de una estatua,

Caminó tenso, soñoliento,

Navagante y lento el paso

Con la alondra preciosa de la fábula.



Estabas mudo al ver la luz del mundo

Como El Hombre de la túnica blanca

Que un áspero instante vio con tus ojos

y juntos caminaron ya sin rumbo.



En el corral vecino

El toro que degüellan

Lloraba como un niño.



No, no estuvo vivo,

No, tu nocturno corazón entero.

Resucitado estuvo

Como brusco, cacharro rescatado,

Añorante de muerte redonda como un cero.




El Hombre de la túnica blanca,

Caín inverso del amor divino,

A la espalda se echó Su fardo de preguntas,

La esquina dobló del Callejón de las Flores,

Se alejó, como una lámpara que se apaga,

Iba mordiendo su remordimiento

Hablando solo y trémulo de espanto

Más que los huesos del resucitado.



La tierra de la muerte -que nunca es fallida-

Es la única Tierra Prometida.

Mejor es dejar muertos a los muertos,

Inmortal en la muerte es la vida.



Tomado de  Lázaro, Ediciones ERA, México

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