Poesía guatemalteca

Roberto Obregón


 LAS INSCRIPCIONES

 La señal de la aurora

la traían en su corazón


POPOL VUH II, CAP. VI


 1

No podemos encender la hoguera



Mojado está el bosque



podridos están los troncos



No podemos quebrar los colmillos del frío



Arrancar



Y recobrar nuestros huesos entumecidos



En la humedad del agua



nos ha tocado prender la hoguera



En la oscuridad de la noche



nosotros somos la región más espesa



A oscuras sesionamos bajo la helada



Y conferenciamos sobre nuestro qué hacer



De cómo allí los muertos continúan



jugando un gran papel en la guerra



De qué manera se escogen entre todos



Quiénes llevarán a la espalda el mayor peso



en los ratos



de agudo peligro



Acérquense los del fuego



los enamorados de la vida



Nos calentaremos con estos nuestros corazones



Hechos leña bajo este rudo temporal



Pero contentos





9

Ya sé que te deshojas, carnal,



por mí. Te abres y te diseminas.



Pero eso y la sabiduría de tu instinto,



la alcoba siempre perfumada para mí,



la copa de ararat, las grabaciones



de música oriental,



las sábanas cada noche pulcras y tibias,



esta riqueza y la otra, la de tu corazón,



para mí ya no tienen precio porque yo mismo



ya no estoy aquí.



En la otra orilla del mar, ceñido a la fiera,



mi hermano revuélcase a los pies de la muerte.



Y a mi hermano, ¿quién otro sino yo



tendría que darle una manita?



No hables. Este que ves ya no es Roberto.



Déjame, pues, partir.



Tu paraíso para mí sería un calabozo.



Suelta las amarras. Aparta la dádiva



de tu aliento.



Permite que me vaya. Me iré sólo.



Paso a paso regresaré en la oscuridad,



orientándome por el resplandor de las hogueras.





 II

(paréntesis para hablar de mi poesía)



De mí alguien ha dicho que mi verso



es exquisito



Que lo diga Pedro Saad h. que estaba presente.



Deliciosa, decían, la metáfora, rítmica la corriente



del subsuelo.



Complejo el pensamiento urdido.



Y yo, qué pienso?…



No sé. Posiblemente tengan razón.



Creo -es nada más un creer-



que de mi poesía bien podría hacerse



el arco



con que una gacela traza la mañana.



La pulpa de unos labios, deshechos en silencio,



en la oscuridad.



Ojo de agua



en la garganta agrietada de una pradera.



Llamarada para fundir cadenas, consumir cepos.



Por los menos, señores, yo me he esmerado en hacer una red



para la vida.



Claro, claro. A pesar de todo lo bueno que hay en ella



no sería extraño que al convertir mi poesía



en puente (puente por el que pase el alma de mi pueblo)



nada habría de raro



que debajo estuviera defecando algún cristiano.




 LA CANCION PERDIDA

 A Olga Kómonova



Aprehender, sí. Primero asimilando



los matices y contornos ocultos.



Lo húmedo, lo tibio, y sin soy afortunado



el rumor de tu sangre abriendo zanja en la vida.



Loco de mí. Inocente. Como si teniéndote



sería yo el señor de tus trigales



y tus bosques de abedul copados de nieve.



Como si estrujando en mis manos



un ramo de espesa malaquita,



o segando una espiga de ámbar



y el aliento de la estepa en el vino,



desvelara tus rosadas yemas impresas en mi piel



y disolviera tu trayecto en mis pasos.



Pobre de mí. Y qué formas más antiguas



de tenderte una celada a las ciegas



y remotas fuerzas de la tierra.



Qué manera más primaria de cazar las cosas.



Loco. Grabo tu adjetivo y tu risa,



tus piernas en la lluvia



y la comisura de tus labios tristes.



Desentraño con presteza tu imagen



y en seguida, como lo hacían mis abuelos



en las grutas cuajadas de estalactita



(allá en Cobán), bailo sobre un solo pie



ante los primerísimos jaguares



que se introdujeron en el arte,



ante los tecolotes y las monos y las culebras



para siempre inmovilizadas en la piedra.



Loco de mí -me parece discurrir



antes de la gran claridad,



y creo haber penetrado lo oscuro.



Solamente porque he logrado dos, tres líneas



y haber recogido tu levadura en mi palabra,



por haber capturado a todo un pueblo



introduciendo mi mano en ti.



Nada más por haber agarrado tu carne



el pulso herido de la tierra.



Desgraciado de mí: construí un calabozo



para enlazarte.



Y en él me he quedado encerrado



y gritando por salir de tu pecho.





 CASI PARABOLA



Tú no conoces el mar. Estás confundida



con la estepa. Aseguras. Y no sabes.



El mar desflora oraciones de agua



y las despliega del azul al verde.



La estepa hinchada de trigo



oye pasar conversaciones



que el viento corretea desde distancias remotas.



En ella las piedras duermen con la espalda a flor de tierra



y los búhos miran de día. Son diurnos.



(Eso les pasa por vivir al aire libre)



No sabes -no asegures.



Lo que ha de causar confusión en ti



es la sensación de profundidad.



Pero en el mar la sensación es vertical



y es horizontal la profundidad de la estepa.



¿Qué noticia tienes tú del mar, dime,



de las embarcaciones que enraizaron en el fondo,



del concéntrico rumor del caracol, de tesoros callados?



No, Olga. La estepa te tiene hechizada



y tu corazón la arrastra como una túnica.



Reconócelo. Tú no entiendes de estas cosas.



Lo que sí sabes a ciencia cierta



es que yo,



desde tus pies hasta hacerte entrecerrar los ojos



desde tus profundidades despunto



como un duro arrecife de coral.



Estos poemas fueron incluidos gracias a la colaboración del poeta Francisco Morales Santos.

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